Tema: Medios de comunicación
Categoría: Opinión y análisis
Entre toda la zarabunda a cuenta de la Ley Sinde, ha pasado algo desapercibida otra decisión del Congreso aún más grave: la imposición a las televisiones privadas de los "criterios de proporcionalidad" que rigen para la cobertura informativa de las televisiones públicas en campaña electoral. Se trata de una cacicada impresentable que ha contado con el apoyo generalizado de los grupos parlamentarios.
Para quien no conozca cómo funciona: si el partido X ha sacado X escaños en las elecciones anteriores, le corresponden X minutos en la cobertura informativa de la campaña. Da igual lo que diga. No importa el interés informativo que tengan sus propuestas. No importa que al mitin de ese día vayan 20.000 personas o 200. No importa quién sea el candidato: una persona inteligente, un imbécil, un caballo. No importa nada. Los minutos son propiedad del partido, no del medio de comunicación.
Supone una expropiación de la información televisiva más propia de la Rusia de Putin que de una democracia europea. Los partidos políticos vulneran la libertad de expresión de esos medios de comunicación, y de los periodistas que trabajan en ellos, y les obligan a seleccionar la información en función de criterios políticos, y no periodísticos.
Por otro lado, es innecesaria, en el caso de que alguien piense que sirve para impedir que la información se manipule al servicio de intereses particulares. La cobertura que suelen hacer las televisiones suele ser mucho más neutra que la que llevan a cabo los periódicos. No es una cuestión de calidad, sino de características del medio. En televisión, no hay editoriales ni columnistas ni titulares de primera página; algunos de los elementos con los que la prensa deja claro su posicionamiento ideológico.
Trabajé más de ocho años en Informativos Telecinco (1998-2006) y sé de lo que habló. Y no voy a decir que lo que se hacía allí en la campaña electoral era idéntico al trabajo del resto del año. Las presiones de los partidos eran, por decirlo de forma elegante, significativas, y eso obligaba a tener mucho cuidado. No se minutaba cada información, pero se hacía un esfuerzo para informar sobre lo que hacía cada uno de los principales partidos. Tenía su lógica. Siempre hay que prestar más atención a los partidos que están en condiciones de gobernar. Que es de lo que se trata en unas elecciones.
Pero al menos en las televisiones privadas, a diferencia de las cadenas públicas, existía la posibilidad de hacer periodismo. Esa opción queda destruida cuando lo que manda es el reparto de escaños en la legislatura saliente y el cronómetro.
Es también una condena para partidos pequeños y candidaturas minoritarias. Da igual si plantean una campaña diferente, si ofrecen ideas nuevas o singulares desde el punto de vista periodístico. A causa de la nueva norma, están condenados a conformarse con un espacio mínimo o sencillamente a la más absoluta invisibilidad. Los dos grandes partidos, y en menor medida los partidos nacionalistas, tienen un latifundio a su disposición. Pueden decir en campaña las tonterías que les apetezca. Los periodistas de las televisiones privadas se verán obligados a repetirlos como autómatas.
Todo esto por iniciativa del Gobierno que iba a aprobar una Ley de Libertad de Información. Estuvo a punto de llegar al Consejo de Ministros y, por lo que yo sé, continúa en el limbo de los justos. Y algo me dice que seguirá allí hasta el fin de los tiempos.
Categoría: Opinión y análisis
Entre toda la zarabunda a cuenta de la Ley Sinde, ha pasado algo desapercibida otra decisión del Congreso aún más grave: la imposición a las televisiones privadas de los "criterios de proporcionalidad" que rigen para la cobertura informativa de las televisiones públicas en campaña electoral. Se trata de una cacicada impresentable que ha contado con el apoyo generalizado de los grupos parlamentarios.
Para quien no conozca cómo funciona: si el partido X ha sacado X escaños en las elecciones anteriores, le corresponden X minutos en la cobertura informativa de la campaña. Da igual lo que diga. No importa el interés informativo que tengan sus propuestas. No importa que al mitin de ese día vayan 20.000 personas o 200. No importa quién sea el candidato: una persona inteligente, un imbécil, un caballo. No importa nada. Los minutos son propiedad del partido, no del medio de comunicación.
Supone una expropiación de la información televisiva más propia de la Rusia de Putin que de una democracia europea. Los partidos políticos vulneran la libertad de expresión de esos medios de comunicación, y de los periodistas que trabajan en ellos, y les obligan a seleccionar la información en función de criterios políticos, y no periodísticos.
Por otro lado, es innecesaria, en el caso de que alguien piense que sirve para impedir que la información se manipule al servicio de intereses particulares. La cobertura que suelen hacer las televisiones suele ser mucho más neutra que la que llevan a cabo los periódicos. No es una cuestión de calidad, sino de características del medio. En televisión, no hay editoriales ni columnistas ni titulares de primera página; algunos de los elementos con los que la prensa deja claro su posicionamiento ideológico.
Trabajé más de ocho años en Informativos Telecinco (1998-2006) y sé de lo que habló. Y no voy a decir que lo que se hacía allí en la campaña electoral era idéntico al trabajo del resto del año. Las presiones de los partidos eran, por decirlo de forma elegante, significativas, y eso obligaba a tener mucho cuidado. No se minutaba cada información, pero se hacía un esfuerzo para informar sobre lo que hacía cada uno de los principales partidos. Tenía su lógica. Siempre hay que prestar más atención a los partidos que están en condiciones de gobernar. Que es de lo que se trata en unas elecciones.
Pero al menos en las televisiones privadas, a diferencia de las cadenas públicas, existía la posibilidad de hacer periodismo. Esa opción queda destruida cuando lo que manda es el reparto de escaños en la legislatura saliente y el cronómetro.
Es también una condena para partidos pequeños y candidaturas minoritarias. Da igual si plantean una campaña diferente, si ofrecen ideas nuevas o singulares desde el punto de vista periodístico. A causa de la nueva norma, están condenados a conformarse con un espacio mínimo o sencillamente a la más absoluta invisibilidad. Los dos grandes partidos, y en menor medida los partidos nacionalistas, tienen un latifundio a su disposición. Pueden decir en campaña las tonterías que les apetezca. Los periodistas de las televisiones privadas se verán obligados a repetirlos como autómatas.
Todo esto por iniciativa del Gobierno que iba a aprobar una Ley de Libertad de Información. Estuvo a punto de llegar al Consejo de Ministros y, por lo que yo sé, continúa en el limbo de los justos. Y algo me dice que seguirá allí hasta el fin de los tiempos.
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