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miércoles, 15 de diciembre de 2010

Juan Carlos Gea: "Mi libro ´Viajero en Gijón´ es el relato de un descubrimiento"


Tema: Arte y Cultura

Categoría: Noticias

Periodista, crítico de arte de LA NUEVA ESPAÑA, poeta, Juan Carlos Gea (1964) viene desplegando un talento especial para iluminar espacios que pasan desapercibidos a la mirada rutinaria. Así lo hizo durante una década con su «Por Gijón» en este diario. En «Viajero en Gijón», volumen editado por Trea que incluye fotografías de Carlos Casariego, indaga con una prosa incandescente en las entretelas de la ciudad para ofrecer una metáfora del mundo. El libro se presenta hoy, a las siete de la tarde, en la Casa Consistorial.

-Plantea un viaje exterior por la ciudad, pero también otro interior.

-La falsilla con la que está escrito el libro es autobiográfica, en el sentido de que incorporo el ritmo de mi propio descubrimiento de la ciudad. Arranco con mi llegada a Gijón por la estación del Norte, la línea de Sur a Norte, y mi encuentro con la playa, que sería la línea horizontal, y de ahí hacia el interior.

-¿Tuvo claro desde el principio que debía utilizar el punto de vista del «foriatu», de alguien que no es gijonés?

-Sí, porque es el relato de un descubrimiento. Es, en ese sentido, una invitación a mantener la visión del extraño, a ensayar cierto distanciamiento, puntos de fuga y salidas de la rutina de lo cotidiano.

-No hay una narración lineal, sino fragmentaria. ¿Por qué?

-Es fruto de una devoción personal hacia otros autores que también utilizan el fragmento, pero también un intento de relacionar la estructura del libro con la de la ciudad. Una ciudad es una yuxtaposición de fragmentos heterogéneos y azarosos, y Gijón lo es particularmente.

-Hay también mezcla de géneros, de estilos.

-También. Sin querer ponerme pedante, ahí está Walter Benjamin y el modelo de los «Pasajes», donde es tan importante el acarreo de materiales. Es un libro que he estado escribiendo desde hace años.

-Durante años escribió en estas páginas su « Por Gijón», una columna diaria que mostraba, también, fragmentos gijoneses. ¿Cómo ha influido en el libro?

-La columna diaria te obliga a mirar la ciudad con una intensidad especial, con los sentidos alerta. Al final me he dado cuenta de que el libro es algo así como un gran «Por Gijón». Y, de hecho, muchos de los fragmentos son desarrollos, variaciones de apuntes de las columnas.

-Habla de Gijón como ciudad término, Finisterre.

-Fue la sensación que tuve recién llegado. Soy de Albacete, y allí pensaba que la carretera y la vía del tren estaban para ir a alguna parte. Así que recibí un impacto al ver que el tendido ferroviario tenía un tope, acababa; tenías que bajarte porque ya sólo estaba el mar. Y otra sensación, la de que Gijón ha dejado el gran momento a sus espaldas, que vive en una cierta melancolía.

-¿Gijón como norte, como ciudad a la que llegar?

-Sí, en la medida que ha sido ciudad de aluvión, de llegada de emigrantes. Y porque me vine aquí por amor.

-Y como frontera.

-Si das dos pasos más te metes en el mar y te ahogas. Hay, por tanto, una frontera física. La gran característica de Gijón como ciudad es su condición fronteriza.

-Escribe que está asentada sobre lo abierto y lo lejano.

-Está el límite físico del mar y la apertura metafísica del horizonte. Esa doble frontera otorga una mentalidad especial que no puede ser la de una ciudad fundada, por ejemplo, sobre roca sólida, casos de Segovia o Ávila.

-¿El gijonés es tan «grandón» como dicen y han escrito otros autores?

-Hay un «grandonismo» exterior, pero creo que en el carácter de fondo del gijonés hay una melancolía.

-Usted sostiene que es melancólico e irónico, resignado e hiperactivo, escéptico y entusiasta. Define al gijonés por contrastes.

-Es un ciclotímico, como lo es la ciudad, que crece sobre una basa frágil, mudable. Y hay otro hecho, que la ciudad fue destruida completamente. Esa percepción de lo contingente está en la memoria colectiva gijonesa, así como la experiencia de crecimientos enormes, con períodos de riqueza, y de grandes retrocesos.

-También afirma que Gijón no es una ciudad portuaria, sino una ciudad puerto.

-No es una ciudad que adjetivamente sea portuaria, sino que la ciudad y el puerto están ensamblados, aunque en lo físico se den la espalda cada vez más. Y es una ciudad puerto en el plano figurado, porque es una ciudad de acogida, de intercambio, de vaivén, de flujos.

-¿En Gijón hay, al menos, tres «Gijones»?

-Al menos, tres. Me di cuenta que la ciudad encajaba muy bien en las estructuras de Patinir, con tres estructuras marcadas. Es una experiencia de «foriatu»: la de entrar una noche desde El Infanzón, otra desde Veriña y otra desde el Sur o desde el mar.

-¿Gijón ha cambiado desde que usted llegó por primera vez, en julio de 1987?

-Nada más llegar me atracó un yonqui. Así que conocí el Gijón duro de los ochenta. Toda la zona del Muelle y de Fomento estaba sucia, herrumbrosa, enfangada, y el centro muy deteriorado. Parecía una ciudad cariada. Ha habido un tránsito a lo luminoso, a la ciudad de servicios. Yo creo que el gran momento fue el concierto de los «Rolling Stones», cuando se alcanzó el punto máximo de un determinado concepto de Gijón. Ahora estamos en un reflujo, aunque opino que la autoestima salió beneficiada de todo aquel proceso. La ciudad necesita reencontrarse con su tradición industrial, saber que es productiva.

-Aun así, asegura en el libro que los gijoneses sienten que viven en una de las ciudades más habitables del planeta.

-Y mi impresión, después de vivir en varias ciudades, es ésa. Es una ciudad que me alimenta.

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